“Dirigir la vista hacia, comprender y conceptualizar, elegir,
acceder a…, son comportamientos constitutivos del
preguntar y, por ende, también ellos, modos de ser
de un ente determinado, del ente que somos en
cada caso nosotros mismos, los que
preguntamos”.
Martin Heidegger.
El curso de un problema parece resbalar en su propio fango, luego de producirlo (luego de anunciarse). Una apertura de camino tuerce la posibilidad y el afincamiento de una certeza estable. Las respuestas pegadas en la franja del espacio previo a la irrupción del problema salivan tanto que comienzan a despegarse. Es así como la pregunta se estrella y marca la superficie de modo tal que ya no podemos sino salir a su encuentro. Así como la aldea, curiosa en el asalto, se vuelca a la plaza para observar un incendio en curso ―no todos con el afán de extinguirlo―, deseamos salir para vernos interrogados (notificados) por la pregunta que se abre paso.
Estoy inclinado a pensar que el plan de la escritura guarda secretamente todo aquello por-escribirse, no en tanto detentación de una claridad, de un misterio previamente elucidado, sino justamente por la falta de él. El plan es el testimonio de su falta, su ausencia por la instalación de la pregunta ―que en su propio juego ya no nos pertenece―. No exigir claridad en el momento inmediatamente previo a la escritura es darle a ella misma, en tanto patentización del golpe que interroga, su lugar. De igual modo, volcarse a mirar una cosa nos dice ya todo lo que de la cosa podemos mirar. Pero, mientras no haya un quién de ese volcarse, el acudir es incierto y la cosa permanece en su llamamiento.
Titulamos cada carta, cada escrito, cuando ésta ya ha tomado lugar y forma. En tal caso, el afán que titula es archivístico y, si bien en cierto sentido rescribe la carta, le consagra un lugar ya ganado por ella misma. Todo título sería así epitítulo. Sin embargo podríamos, siguiendo consideraciones de gusto, elaborar una carta con un título ya en mente, predefinido ―escribir para titular― tener la intención de dar fe de una cierta disposición que precede la escritura de la carta. Ello, no obstante, no cambiaría el carácter sobrepuesto del título porque la carta ya nos ha asaltado en una forma fantasmal y aquel asalto antecede la disposición comunicante de un título (suponiendo en todos los casos que hay una separación de este último con el corpus mismo de la carta).
De igual modo opera el acudir a un problema, presumamos, filosófico. La duda se ha presentado y nuestro trabajo sería darle una forma, darnos una forma. En este acudir tardío al presente que interroga, lo escrito sería entonces el movimiento mismo del trayecto que marca el acudir a dar(nos) forma.
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