1. La posibilidad de un habla fundada en un “hablo" es el inconveniente radical del discurso, de las pretensiones modernas llamar a algo Sujeto, de la representación. “Hablo” tuerce la palabra a su autorreferencia (la palabra sola, ilimitada) en ese espolón la palabra se libera de la representación y el discurso salta a su muerte, “hablo” no es ya discurso “ni comunicación de un sentido, sino exposición del lenguaje en su ser bruto, pura exterioridad desplegada”[1]. El mínimo gesto que levanta polvo, el inconveniente-verbo que se manifiesta y desata un abanico de interrogantes. El verbo patalea solo derramándose entre un vacío que es la infinitud del lenguaje.
2. La literatura introduce este asalto del “afuera”, “El lenguaje –dice Foucault- escapa al modo de ser del discurso –es decir, a la dinastía de la representación-, y la palabra literaria se desarrolla a partir de sí misma, formando una red en la que cada punto, distinto de los demás, a distancia incluso de los más próximos, se sitúa por relación a todos los otros en un espacio que los contiene y los separa al mismo tiempo”[2]. El lenguaje funda su infinitud pero también su vacío, su derramamiento pero también su distancia, y trama su asalto a esa pretendida interioridad en el acontecimiento inocente del verbo. La remitencia de la palabra a la palabra aleja a esta de aquella radicalmente. Hablo-Cavo la apertura que pone al descubierto el propio ser del lenguaje.
La inmanencia de la literatura no está en identificarse consigo mismo, paradójicamente es el alejarse lo más posible de sí misma[3]. Aquél, el único ejercicio que devela el ser de la literatura (vacío en que se encuentra la red infinita de puntos distantes del lenguaje –esto evoca la desnudez del “hablo”– el ser como espacio vacío más aún que como lenguaje en su positividad). El ser retorna por múltiples caminos (que no existen), acontece desde afuera y sacude la costra de nuestra interioridad.
3. Su gesto: notificar la irrefutable ausencia del sujeto; crear el espacio (vacío) donde desplegarse –la distancia de la palabra a la palabra-.
4. Ya era una insinuación desmedida: “Hablo” no es “Pienso”, “pienso” certifica el estatuto del Yo. “Hablo” lo despedaza, “aleja, dispersa, borra esta existencia y no conserva de ella más que su emplazamiento vacío”[4]. La palabra de la palabra se debe al último hablante, a la muerte del último capaz de afirmarse como Sujeto que habla.
La inmanencia de la literatura no está en identificarse consigo mismo, paradójicamente es el alejarse lo más posible de sí misma[3]. Aquél, el único ejercicio que devela el ser de la literatura (vacío en que se encuentra la red infinita de puntos distantes del lenguaje –esto evoca la desnudez del “hablo”– el ser como espacio vacío más aún que como lenguaje en su positividad). El ser retorna por múltiples caminos (que no existen), acontece desde afuera y sacude la costra de nuestra interioridad.
3. Su gesto: notificar la irrefutable ausencia del sujeto; crear el espacio (vacío) donde desplegarse –la distancia de la palabra a la palabra-.
4. Ya era una insinuación desmedida: “Hablo” no es “Pienso”, “pienso” certifica el estatuto del Yo. “Hablo” lo despedaza, “aleja, dispersa, borra esta existencia y no conserva de ella más que su emplazamiento vacío”[4]. La palabra de la palabra se debe al último hablante, a la muerte del último capaz de afirmarse como Sujeto que habla.
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[1] Foucault, Michel. “El Pensamiento del Afuera”, Pre-Textos, Valencia, 1997, Pág. 11
[2] Ibíd. Pág. 12
[3] Recordar a Cioran: “Por una de las usurpaciones más desafortunadas, la palabra se convierte en diva en un terreno en que debería pasar desapercibida”. [Cioran, E. M. Op. Cit. Pág. 49]
[4] Foucault, Michel. “El Pensamiento del Afuera”. Op. Cit. Pág. 14
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