“Es de noche: ahora hablan más fuerte todos los surtidores.
Y también mi alma es un surtidor.
Es de noche: sólo ahora se despiertan todas las canciones
de los amantes. Y también mi alma es la canción de
un amante.
En mi hay algo insaciado, insaciable, que quiere hablar.
En mí hay un ansia de amor, que habla asimismo el
Intentar escuchar la voz de “La Canción de la Noche” es disponerse a pensar el alma ansiosa como invocación de la escritura. La canción es desgarradura, cada palabra se estrella ante los ojos, presiona el cuello y habla. Amplificación-oído. Nietzsche ve saltar extremidades de cada verso. Verbo-cuerpo[2].
“Y también mi alma es la canción de un amante”. Tras la canción no hay más que un instante, un movimiento fugaz de un deseo que nace y muere, frágil. Y lo más duradero es el instante quebrantable cuya melodía es ansiosa.
Nietzsche habla desde el dolor[3], parece no entender aquello que dice –no le importa-, el verbo como un vicio que exclama en el vacío. Cualquier indicio de certeza puede arruinarlo todo, quién no ha podido advertir del “tal vez” como adverbio clave en la nietzscheana no ha dado ni con el más mínimo de los rebotes de su escritura. Tal vez como puente entre el querer y no querer nombrar aquello que nombra, el manto de duda reservado para el mundo aplicado a su propia habla[4]. Nietzsche no teme al dato radical del desfundamento –es el último hablante-. Su escritura es la del apesadumbrado por la duda que, sin embargo, se lanza con la decisión a la escritura y arma los más bellos momentos de ésta. “¡cuánto tiene que haber sufrido un hombre para necesitar hasta tal grado ser un bufón! - [Nietzsche hace a Shakespeare una pregunta que hace de sí mismo] ¿Se comprende el Hamlet? No la duda, la certeza es lo que vuelve loco… Pero para sentir así es necesario ser profundo, ser abismo, ser filósofo… Todos nosotros tenemos miedo de la verdad…”[5]. La escritura como habla de(sde)l vértigo.
Filosofar, adolecer, abismar, residir el placer, hablar; la trama de un solo movimiento que se parte en fragmentos como el movimiento de los fractales. Fragmento e infinito, cada pasaje de la biblioteca de Babel que quema sus libros.
El Convaleciente: “¡Desátate las ataduras de tus oídos: escucha! ¡Pues yo quiero oírte!”[6] [acaso ¿“el diálogo, que somos nosotros mismos”?] . La dimensión sensorio-placentera del lenguaje es el espacio privilegiado del mismo, “allí el mundo se extiende ante mí como un jardín”[7]. Cuán especial es el deslizarse por ese jardín: la intención del diálogo (intención que no puede y remite a la más grande ilusión).
Las palabras son imposibles[8] y, sin embargo, a las palabras estamos arrojados y de ellas bebemos todo el placer que bebemos[9]. Esto es el habla fragmentaria (el modo como debe ser entendido Nietzsche contra Nietzsche) y ésta no pertenece más al hombre, el logos ya no dice. La condición para que nazca el lenguaje del porvenir, de la exterioridad, es que aquello que se ha denominado “hombre” se comprometa, de la mano con todas sus especulaciones y certezas (Unidad y Universalidad peleándose el primer lugar de la fila), con la posibilidad de perecer.
La poesía auténtica desea profundamente la realización radical de la exterioridad, es decir de aquello que “se dice fuera del todo y fuera del lenguaje en cuanto lenguaje, lenguaje de la conciencia y de la interioridad actuante, dice el todo y el todo del lenguaje”[10]. Poesía es el habla de la diferencia.
“Y también mi alma es la canción de un amante”. Tras la canción no hay más que un instante, un movimiento fugaz de un deseo que nace y muere, frágil. Y lo más duradero es el instante quebrantable cuya melodía es ansiosa.
Nietzsche habla desde el dolor[3], parece no entender aquello que dice –no le importa-, el verbo como un vicio que exclama en el vacío. Cualquier indicio de certeza puede arruinarlo todo, quién no ha podido advertir del “tal vez” como adverbio clave en la nietzscheana no ha dado ni con el más mínimo de los rebotes de su escritura. Tal vez como puente entre el querer y no querer nombrar aquello que nombra, el manto de duda reservado para el mundo aplicado a su propia habla[4]. Nietzsche no teme al dato radical del desfundamento –es el último hablante-. Su escritura es la del apesadumbrado por la duda que, sin embargo, se lanza con la decisión a la escritura y arma los más bellos momentos de ésta. “¡cuánto tiene que haber sufrido un hombre para necesitar hasta tal grado ser un bufón! - [Nietzsche hace a Shakespeare una pregunta que hace de sí mismo] ¿Se comprende el Hamlet? No la duda, la certeza es lo que vuelve loco… Pero para sentir así es necesario ser profundo, ser abismo, ser filósofo… Todos nosotros tenemos miedo de la verdad…”[5]. La escritura como habla de(sde)l vértigo.
Filosofar, adolecer, abismar, residir el placer, hablar; la trama de un solo movimiento que se parte en fragmentos como el movimiento de los fractales. Fragmento e infinito, cada pasaje de la biblioteca de Babel que quema sus libros.
El Convaleciente: “¡Desátate las ataduras de tus oídos: escucha! ¡Pues yo quiero oírte!”[6] [acaso ¿“el diálogo, que somos nosotros mismos”?] . La dimensión sensorio-placentera del lenguaje es el espacio privilegiado del mismo, “allí el mundo se extiende ante mí como un jardín”[7]. Cuán especial es el deslizarse por ese jardín: la intención del diálogo (intención que no puede y remite a la más grande ilusión).
Las palabras son imposibles[8] y, sin embargo, a las palabras estamos arrojados y de ellas bebemos todo el placer que bebemos[9]. Esto es el habla fragmentaria (el modo como debe ser entendido Nietzsche contra Nietzsche) y ésta no pertenece más al hombre, el logos ya no dice. La condición para que nazca el lenguaje del porvenir, de la exterioridad, es que aquello que se ha denominado “hombre” se comprometa, de la mano con todas sus especulaciones y certezas (Unidad y Universalidad peleándose el primer lugar de la fila), con la posibilidad de perecer.
La poesía auténtica desea profundamente la realización radical de la exterioridad, es decir de aquello que “se dice fuera del todo y fuera del lenguaje en cuanto lenguaje, lenguaje de la conciencia y de la interioridad actuante, dice el todo y el todo del lenguaje”[10]. Poesía es el habla de la diferencia.
---------------------------------------------------------------------------
[1] Nietzsche, Friedrich. “Así Habló Zaratustra. Un libro para todos y para nadie”, Alianza, Madrid, 1993, Decimoctava Edición. Pág. 159
[2] “(…) yo soy un elefante hembra” [Nietzsche, Friedrich. “Ecce Homo. Cómo se llega a ser lo que se es”, Alianza, Madrid, 1994, Decimocuarta Edición, Pág. 94]
[3] “El dolor no es considerado como una objeción contra la vida” [Ibíd.]
[4] “Ahí está la barca, -tal vez navegando hacia la otra orilla se vaya a la gran nada. -¿Quién quiere embarcarse en ese «tal vez»?
¡Ninguno de vosotros quiere embarcarse en la barca de la muerte! ¡Cómo pretendéis ser entonces hombres cansados del mundo!” [Nietzsche, Friedrich. “Así Habló…”, Op. Cit. Pág. 286]. Abordar la posibilidad del fin en cada instante, condición para ser cansados del mundo. Este es el lenguaje en(de) Nietzsche, la posibilidad inminente de la muerte. La diseminación, el fragmento pero también el infinito “esa fórmula suprema de afirmación a que se puede llegar en absoluto” [Nietzsche, Friedrich. “Ecce Homo…”, Op. Cit. Pág. 93].
[5] Ibíd. Pág. 44
[6] Nietzsche, Friedrich. “Así Habló…”. Op. Cit. Pág. 297
[7] Ibíd. 299
[8] “Qué agradable es que existan palabras y sonidos: ¿palabras y sonidos no son acaso arcos iris y puentes ilusorios tendidos entre lo eternamente separado? […] A cada alma le pertenece un mundo distinto; para cada alma es toda otra alma un trasmundo”. [Ibíd.]
[9] “¿No se les han regalado acaso a las cosas nombres y sonidos para que el hombre se reconforte en las cosas? Una hermosa necedad es el hablar: al hablar el hombre baila sobre todas las cosas […] ¡Qué agradables son todo hablar y todas las mentiras de los sonidos! Con sonidos baila nuestro amor sobre multicolores arcos iris.” [Ibíd.]
[10] Blanchot, Maurice. Op. Cit. 47