miércoles, mayo 31, 2006

Hiatus.

“Es de noche: ahora hablan más fuerte todos los surtidores.
Y también mi alma es un surtidor.
Es de noche: sólo ahora se despiertan todas las canciones
de los amantes. Y también mi alma es la canción de
un amante.
En mi hay algo insaciado, insaciable, que quiere hablar.
En mí hay un ansia de amor, que habla asimismo el
lenguaje del amor.”[1]

Intentar escuchar la voz de “La Canción de la Noche” es disponerse a pensar el alma ansiosa como invocación de la escritura. La canción es desgarradura, cada palabra se estrella ante los ojos, presiona el cuello y habla. Amplificación-oído. Nietzsche ve saltar extremidades de cada verso. Verbo-cuerpo[2].
“Y también mi alma es la canción de un amante”. Tras la canción no hay más que un instante, un movimiento fugaz de un deseo que nace y muere, frágil. Y lo más duradero es el instante quebrantable cuya melodía es ansiosa.
Nietzsche habla desde el dolor[3], parece no entender aquello que dice –no le importa-, el verbo como un vicio que exclama en el vacío. Cualquier indicio de certeza puede arruinarlo todo, quién no ha podido advertir del “tal vez” como adverbio clave en la nietzscheana no ha dado ni con el más mínimo de los rebotes de su escritura. Tal vez como puente entre el querer y no querer nombrar aquello que nombra, el manto de duda reservado para el mundo aplicado a su propia habla[4]. Nietzsche no teme al dato radical del desfundamento –es el último hablante-. Su escritura es la del apesadumbrado por la duda que, sin embargo, se lanza con la decisión a la escritura y arma los más bellos momentos de ésta. “¡cuánto tiene que haber sufrido un hombre para necesitar hasta tal grado ser un bufón! - [Nietzsche hace a Shakespeare una pregunta que hace de sí mismo] ¿Se comprende el Hamlet? No la duda, la certeza es lo que vuelve loco… Pero para sentir así es necesario ser profundo, ser abismo, ser filósofo… Todos nosotros tenemos miedo de la verdad…”[5]. La escritura como habla de(sde)l vértigo.
Filosofar, adolecer, abismar, residir el placer, hablar; la trama de un solo movimiento que se parte en fragmentos como el movimiento de los fractales. Fragmento e infinito, cada pasaje de la biblioteca de Babel que quema sus libros.
El Convaleciente: “¡Desátate las ataduras de tus oídos: escucha! ¡Pues yo quiero oírte!”[6] [acaso ¿“el diálogo, que somos nosotros mismos”?] . La dimensión sensorio-placentera del lenguaje es el espacio privilegiado del mismo, “allí el mundo se extiende ante mí como un jardín”[7]. Cuán especial es el deslizarse por ese jardín: la intención del diálogo (intención que no puede y remite a la más grande ilusión).
Las palabras son imposibles[8] y, sin embargo, a las palabras estamos arrojados y de ellas bebemos todo el placer que bebemos[9]. Esto es el habla fragmentaria (el modo como debe ser entendido Nietzsche contra Nietzsche) y ésta no pertenece más al hombre, el logos ya no dice. La condición para que nazca el lenguaje del porvenir, de la exterioridad, es que aquello que se ha denominado “hombre” se comprometa, de la mano con todas sus especulaciones y certezas (Unidad y Universalidad peleándose el primer lugar de la fila), con la posibilidad de perecer.
La poesía auténtica desea profundamente la realización radical de la exterioridad, es decir de aquello que “se dice fuera del todo y fuera del lenguaje en cuanto lenguaje, lenguaje de la conciencia y de la interioridad actuante, dice el todo y el todo del lenguaje”[10]. Poesía es el habla de la diferencia.
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[1] Nietzsche, Friedrich. “Así Habló Zaratustra. Un libro para todos y para nadie”, Alianza, Madrid, 1993, Decimoctava Edición. Pág. 159
[2] “(…) yo soy un elefante hembra” [Nietzsche, Friedrich. “Ecce Homo. Cómo se llega a ser lo que se es”, Alianza, Madrid, 1994, Decimocuarta Edición, Pág. 94]
[3] “El dolor no es considerado como una objeción contra la vida” [Ibíd.]
[4] “Ahí está la barca, -tal vez navegando hacia la otra orilla se vaya a la gran nada. -¿Quién quiere embarcarse en ese «tal vez»?
¡Ninguno de vosotros quiere embarcarse en la barca de la muerte! ¡Cómo pretendéis ser entonces hombres cansados del mundo!” [Nietzsche, Friedrich. “Así Habló…”, Op. Cit. Pág. 286]. Abordar la posibilidad del fin en cada instante, condición para ser cansados del mundo. Este es el lenguaje en(de) Nietzsche, la posibilidad inminente de la muerte. La diseminación, el fragmento pero también el infinito “esa fórmula suprema de afirmación a que se puede llegar en absoluto” [Nietzsche, Friedrich. “Ecce Homo…”, Op. Cit. Pág. 93].
[5] Ibíd. Pág. 44
[6] Nietzsche, Friedrich. “Así Habló…”. Op. Cit. Pág. 297
[7] Ibíd. 299
[8] “Qué agradable es que existan palabras y sonidos: ¿palabras y sonidos no son acaso arcos iris y puentes ilusorios tendidos entre lo eternamente separado? […] A cada alma le pertenece un mundo distinto; para cada alma es toda otra alma un trasmundo”. [Ibíd.]
[9] “¿No se les han regalado acaso a las cosas nombres y sonidos para que el hombre se reconforte en las cosas? Una hermosa necedad es el hablar: al hablar el hombre baila sobre todas las cosas […] ¡Qué agradables son todo hablar y todas las mentiras de los sonidos! Con sonidos baila nuestro amor sobre multicolores arcos iris.” [Ibíd.]
[10] Blanchot, Maurice. Op. Cit. 47

jueves, mayo 25, 2006

¿Virtud?



“No existe un sólo instante en el que no haya estado consciente
de encontrarme fuera del Paraíso.”
(Emile Cioran).

Desconfiando de la metafísica de la virtud, he ido notando cómo un vicio siempre tiende a situarse en los bordes de lo visto –cediendo su lugar a otro sin siquiera pensar en retirarse-. Sería así el movimiento de una tendencia ocupante de la imagen retráctil que nos asalta.
La virtud, por el contrario, es pura expansividad (el “vir” que sostiene la conquista). Resentida, celosa (una de otra). Siendo combate, anula las posibilidades de una proximidad Otra. La virtud es incompatible e intolerante.

martes, mayo 23, 2006

Desde atrás.




La disposición de poner textos o escrituras a la luz sin duda se posa en una inclinación a la exhibición que nunca he terminado por comprender. Concedo eso pero me quedo con la posibilidad de que cada letra sea engaño e introduzco la posibilidad del desentendimiento. Quiero decir que la escritura puede llegar a a ser muchas cosas menos responsabilidad.
Las escrituras personales, como toda comparecencia que implique un índice de intimidad, son terriblemente problemáticas. Sin embargo, repito la idea, cada palabra puede ser engañosa, referir justamente a lo que no se quiere decir, dirigirse a la dirección contraria (o equívoca), ser el más genuino gesto de artificio o, inversamente, lo más puramente desnudo. En este sentido, los párrafos siguientes tienen un índice de intimidad que no quiso ser disimulado. Creo que tienen algo más de un año (desde hace dos o tres que manejarme en fechas, relativamente exactas, me es imposible) y se siguieron de unos eventos epifánicos. Fue titulado, en su momento "He Amado Como Respiras, También Cuando Respiras" y tuvo una intención epistolar.
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De repente las vitrinas en el centro se cerraron, los automóviles cesaron sus siempre inoportunos bramidos. No sé si te acordarás pero coincidió con el tiempo en que estábamos solos, quiero decir separados. Costaba creerlo pero la ciudad se preocupó de nosotros y suprimió su penuria. Como llamándonos a volver a ella. Yo, la verdad, no lo supe sino hace unos segundos.
Cercanos me decían que tú estabas bien, yo no lo creía o sólo imaginaba que lo estabas. Sin duda hacía mucho esfuerzo para imaginarlo. Cuando lograba hacer esa idea evidencia, apenas cuando lo lograba, no podía continuar, era mucho el esfuerzo, el movimiento más extenuante. Tal como el atleta que recorre las Américas sin descanso y se arroja al piso totalmente agotado, sin posibilidad. Así fue, varias veces, desconozco cuántas. Muchas.
De pronto, muy pronto, inesperadamente –como la mente de árbol- insospechadamente –como el pecho canino– levanté las sábanas antes de salir. Un mensaje tuyo, empolvado, amable y lacero, se había posado ahí. Latente –y latiente- entre el lío de ropa, sábanas y cuadernos me sonrió con un ademán sencillo pero cuidadoso (quizás desesperado). La embriaguez del momento me ha impedido descifrar su gesto. No salí. Ahí, fulminando un silencio obligado y feroz, estaba ese mensaje cuyo indicio fue borrado de pronto en la pastosidad de la nada. Correos es una empresa seria y las bellezas no están en sus servicios. El viento -más allá de quien quiera pensarlo- no sabe crear. El azar nunca es tan prolijo. Tú –tal como yo– no lo harías porque ambos somos…o quizás sí, lo harías, sí lo harías.
Entonces seguí sus sugerencias, no supe que podría llegar a enterarme, como un puro abordaje súbito, de que ni la intimidad de tu espalda clara como una dedicación, ni ver cotidianamente tu cuerpo, aún misterioso y de niña quimérica y novelesca, ni la sucesión de nuestras vidas, que asumen alternadamente palabras afónicas, ni la quietud resplandeciente de nosotros librando cansancios, recostándonos el uno al lado del otro, el uno encima del otro, el uno contiguo al otro, el uno lejos del otro, el uno como el otro, ni nada de eso –que fue ya como el mundo de las calles infinitas que guardan plantas agraciadas y donde tácitamente retozan amándose los animales más hermosamente alocados– ha sido tan apasionante como oírte y verte respirar (susurrando mi nombre entre titubeos, mediciones y amores tan múltiples como deseos en explosión).
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Esbozo de un Inicio (o un paso sin Quien)

Comienzo la entrada prevenida con una imagen de aquello que tengo en mente y a la vista. La compré hoy, quizás lo más feliz del día –lo que no es del todo entristecedor ya que se trata de mis cigarrillos favoritos-. El único movimiento consumado que tuvo lugar hoy (todo lo demás fueron tentativas, ademanes mal logrados y tiempo perdido). Inicio mi blog (colaborando con la hiperinflación del medio).